lunes, 29 de enero de 2007

San Mateo de Caravaggio

En su magnífica Historia del Arte, E.H. Gombrich nos descubre un hecho curioso del cinquecento: el gran Michelangelo di Caravaggio recibió el encargo de una iglesia en Roma para realizar un cuadro con el motivo de San Mateo escribiendo el evangelio. El gran pintor italiano realizó tal encargo, pero la iglesia entendió que la representación era deletérea y que desacrilizaba la figura del santo: Caravaggio había dibujado a San Mateo como un cerril campesino de pies mugrientos y una cara sembrada de estulticia, acompañado por un ángel, que más que iluminarle, coge la mano de Mateo para escribir... las intenciones parecen claras. Esta primera obra se perdió en el incendio del Museo de Arte de Berlín. Esta segunda, aquí mostrada, representa a un digno San Mateo, con un rostro vigoroso e inteligente, y un ángel enumerando con el gesto de sus manos los hechos de Jesucristo que el santo tuvo a bien narrar. Como dice Roland Barthes, el significado de los enunciados viene establecido por la marcación de intenciones: quia ego nominor leo dejaría de ser una fábula de Esopo en latín si en la cubierta del libro dijera Gramática latina, caso en que comprenderíamos que se trata de un ejemplo del uso del verbo nominor en su voz pasiva. No sé qué cubierta tendría la fama de Caravaggio, pero sí se sabe de sus desafíos. Se cuenta -aunque no se sabe cuánto de veraz tiene- que Carlos V le recogió un pincel del suelo mientras terminaba un mural... algo inaudito en un rey: Caravaggio padecía una megalomanía propia del artista de la edad burguesa (permítanme esta expresión). En cualquier caso, el objetivo de este primer artículo es simplemente mencionar la importancia de encontrar un metrónomo de las intenciones para comprender los actos comunicativos.

No hay comentarios: