
El reinado de Carlos II (1660-1685) en Inglaterra es considerado por muchos historiadores como “la edad de oro del deporte” (golden age of sport) (Brailsford, 2002 : 129). Como en otros aspectos, el desarrollo de los pasatiempos en Gran Bretaña fue diferente al resto del continente (Mandell, 1984 : 133). La atención y cuidado hacia ciertas prácticas, como la hípica, el tennis y los bolos (bowls) fueron una marca que continuaría en la corte británica, gracias al reinado de sus sucesores, Guillermo III (1689-1702) y de la Reina Ana (1702-1714). Ambos se preocuparon de la fundación de escuelas y de la organización de grandes acontecimientos como las carreras de Ascot, iniciadas bajo el reinado de Ana. Pero esta tendencia fue paulatinamente desapareciendo con la llegada al poder de los descendientes de la Casa de Hannover (Brailsford, 2002 : 129), quienes fueron designados sucesores de la Reina Ana debido a su adhesión al protestantismo. Los dos primeros sucesores de Ana, Jorge I y Jorge II, fueron muy poco adeptos al deporte (exceptuando la caza).
Sin embargo, uno de los hijos de Jorge II, Frederick Lewis, dedicaría su ocio a deportes como el cricket o el tennis. Brailsford (2002 : 130) señala que Lewis siempre quiso aparentar ser más inglés de lo que hasta entonces se consideraba a su familia entre la nobleza británica (principalmente entre los Tories), y su entusiasmo por los deportes ayudó, sin duda, a ello. Mientras, muchos juegos rurales comenzaban a tener un gran auge en todas las clases sociales, como la lucha de gallos (Brailsford, 2002 : 133) .
Pese a la poca atención prestada desde la Corona, el cricket y otras prácticas continuaron en auge durante la segunda mitad del XVIII en Inglaterra, y ello gracias a la aportación de miembros de la aristocracia que “no sólo patrocinaban los deportes locales, sino que también jugaban ellos mismos dentro de sus propiedades”, como fue el caso conocido del Duque de Richmond, nieto ilegítimo de Carlos II (Brailsford, 2002 : 134) [traducción nuestra] .
Es el momento en que el Parlamento se preocupa por los lugares de la celebración de partidos de cricket: ello es debido a la aparición de una nueva clase terrateniente, la gentry (cuyos miembros eran cosiderados sólo gentlemen), y a la introducción de un código de caballeros tras la caída de Oliver Cromwell, ya citado en el caso de la caza del zorro, que aliviaba así las tensiones políticas vividas tras la Revolución: “por grandes que fuesen las tentaciones en las batallas de la lucha parlamentaria, se suponía que los caballeros nunca debían perder los estribos ni recurrir a la violencia entre iguales” (Elias en Dunning y Elias, 1992 : 51-52). El carácter independiente de esta nueva clase social permitió que ésta organizase los primeros clubes de cricket y las primeras competiciones extralocales (Elias en Dunning y Elias, 1992 : 208-209). En efecto, no ya sólo se otorgaba monopolios para la venta de bebidas en tales ocasiones (Brailsford, 2002 : 134), sino que se escogían lugares apropiados según su capacidad para el bienestar de los espectadores: el lugar más valorado era el Artillery Ground en Finsbury (Brailsford, 2002 : 135). Como vimos anteriormente, es en la institución militar donde los códigos y la preparación de los juegos tienen un mayor desarrollo .
En el caso de otro deporte (de gran proliferación en el siglo XVIII en Inglaterra), el boxeo, fue Jorge I quien accedió a la construcción de una arena en Hyde Park, en la entonces Oxford Road (hoy Oxford Street), en el año 1720. Su estructura era híbrida: mitad barraca, mitad teatro (Brailsford, 2002 : 135). Sería uno de los muchos que se fueron inaugurando en Inglaterra durante la década de los años veinte del siglo XVIII.
Las prácticas comerciales se fueron aplicando gradualmente al juego, viéndose éste como una fuente de ingresos magnífica para los organizadores -siempre permitidos por el reino-, lo que requirió, a su vez, un orden mayor en su preparación (Brailsford, 2002 : 139). Pero la afluencia de espectadores conllevó también disturbios, a causa de los cuales tres recintos en Londres fueron cerrados en la década de los años treinta. Por ejemplo, el Lincoln’s Inn Fields, en 1735, cerrado porque “many wicked and disorderly persons used unlawful sports and games” en él (cit. en Brailsford, 2002 : 139). Vemos, pues, que las prácticas en Inglaterra van enfocándose hacia la aparición definitiva del deporte de carácter organizado en el siglo XIX, que trataremos con detenimiento en el próximo apartado.
Por su lado, la esfera lúdica en las clases más bajas estaba netamente vinculada a un calendario festivo, y, a diferencia de los juegos codificados y unificados hacia los que tendía la nobleza, sus prácticas lúdicas tenían un carácter más espontáneo y, sin duda, más violento, por lo que se ofrecerán a la censura por parte de las clases más altas .
Una de las fiestas aprovechadas para la puesta en escena de los juegos populares son las fiestas patronales de cada pueblo (Vigarello, 2005a : 267). La soule, en Francia; el knappan o el hurling , en Inglaterra, todos ellos antecedentes –se supone- del rugby contemporáneo, eran causa de violencias masivas en toda Europa (Dunning y Elias, 1992 : 213 y ss.; Vigarello, 2005a : 264 y ss.) . Citando un cronista de la época , Dunning y Elias (1992 : 224-227) nos muestra cómo se desarrollaba uno de estos juegos, concretamente el hurling en el condado de Cornwall:
En este juego puede compararse la pelota a un espíritu infernal: pues quien la atrapa sale disparado como un loco, luchando y peleando contra quienes van a sujetarlo, y tan pronto como la pelota se aleja de él, éste traspasa su furia al siguiente en recibirla mientras él se vuelve tan pacífico como antes. No es fácil para mí decidir si debo recomendar este juego por la hombría y el ejercicio, o condenarlo por el alboroto y los perjuicios que causa; pues, si por un lado proporciona fuerza, resistencia y agilidad a sus cuerpos e infunde valor a sus corazones para enfrentarse al enemigo, también, por otro, va acompañado de numerosos peligros […]. Como prueba de esto, cuando el hurling ha terminado, se les ve retirarse a sus casas como quien regresa de una dura batalla, con la cabeza abierta, huesos rotos y dislocados, y con tales heridas que hacen menguar sus días; sin embargo, todo es buen juego y jamás un fiscal o regente se preocupó por el asunto (cit. en Dunning y Elias, 1992 : 226-227) .
Aparte de esto, esta descripción ofrece una serie de elementos que lo diferencian de los juegos rurales practicados en el resto de Europa. Primero, debemos destacar que los campesinos ingleses, en su momento integrados en diversos niveles de servidumbre, se transformaron en campesinos más o menos libres; a su vez, la gentry, como clase terrateniente, patrocinaba (al menos en ocasiones) y disfrutaba de estos juegos con los campesinos (Dunning y Elias, 1992 : 227).
Tanto Dunning y Elias (1992) como Vigarello (2005a) sostienen que el desarrollo de estos violentos eran mantenidos para la venganza y puesta en escena de conflictos entre participantes. Así, Dunning y Elias (1992 : 220-221) ponen el ejemplo de un partido de foteball en 1579, narrado en los Annals of Cambridge. Los estudiantes de Cambridge juagaban en Chesterton. En el texto se dice que fueron pacíficamente y desarmados, pero que se encontraron con que los habitantes de Chesterton habían escondido palos en la iglesia, que sacaron cuando se hubo comenzado el partido. Pese a que pidieron al alguacil de Chesterton que mantuviese el orden, éste se limitó a responder que habían sido ellos los primeros en romper primeramente la paz. Los estudiantes debieron cruzar el río para huir. Para Dunning y Elias, la situación es bien clara: “Éste es un buen ejemplo del modo en que era utilizado el fútbol como oportunidad para saldar viejas deudas” (Dunning y Elias, 1992 : 221).
Pese a la afirmación final del cronista, ya subrayamos (ver nota 79) que en el siglo XIV se promulgaron dos órdenes de prohibición contra este tipo de juegos populares. El Parlamento, en esta ocasión, también decidió prohibir este tipo de juegos, a comienzos del siglo XVIII, constatando John Wesley, en 1743, que ya nadie hablaba en Cornwall de aquel hurling, que fuese su deporte favorito (Vigarello, 2005a : 275).
Para Vigarello (2005a : 268), esta manifestación de pasiones locales “arreglaba los conflictos de territorio entre dos pueblos, aldeas o «territorios»” [traducción nuestra]; pero también conflictos internos de cada comunidad, como enfrentamientos de carácter sexual entre casados y célibes (Vigarello, ibidem). Además, Vigarello añade una función que en Dunning y Elias (1992) no aparece: los ritos de paso (Vigarello, 2005 : 268) .
Por lo tanto, tenemos que la función fundamental de este tipo de juegos es la resolución total o parcial de conflictos de carácter comunitario y, presumiblemente, de carácter individual en el caso de las competiciones que Vigarello, como hemos visto, ha dado en llamar iniciáticas. Hemos perdido de vista, pues, en la esfera lúdica rural los valores de la destreza, la habilidad, la industria y la gracia que han sido implementados, en un largo proceso de transformación, a la esfera lúdica de la nobleza, y de la burguesía, mutatis mutandi.
Paulatinamente, tanto en el Reino Unido como en Europa, la permisividad existente en los siglos anteriores, va dando paso a una mayor intransigencia con el indecoro y con la violencia de ciertos pasatiempos. En unos casos, como el jeu de paume, su práctica disminuirá a causa de la mala fama existente, o en otros, como en el del hurling antes analizado, se determinará su prohibición definitiva (Vigarello, 2005a : 275), a lo que seguirá un aumento de la insitucionalización de las prácticas físicas mediante el disciplinamiento, procedimientos propios de las public schools inglesas y de los centros universitarios.
Esta tendencia a la prohibición aumentará enormemente durante las revoluciones en Francia, ya que se entenderá que el germen de éstas estará en estos juegos, tenidos por vulgares (Vigarello, 2005b : 315-317).
No hay comentarios:
Publicar un comentario